¿Una deuda que enriquece?
Nadie se libra de las deudas. A lo largo de nuestro caminar es imposible no equivocarse y tener algo que arreglar con alguien. Ya sea que necesitemos reconocer alguna ofensa, mal entendido o falta, y pidamos perdón; o que recibamos el pedido de perdón de otra persona. Nuestras historias de vida transcurren sin dejar de estar presente nuestra vulnerabilidad. Nadie la libra. Somos humanos y susceptibles a fallar. Lo damos por entendido.
Por otra parte, como cristianas y cristianos, se nos convoca a vivir con una diferencia en cuanto al perdón: perdonamos porque nos han perdonado, pedimos perdón a quienes ofendemos. Buscamos cada día no estar en deuda. Esto va en el corazón de nuestra identidad como seguidores de Jesús e incluso es parte de la actitud de oración con la que nos guía Jesús ante nuestro Padre. Oramos “Perdona nuestras deudas como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores” (Mateo 6:12).
Durante este año recibí un gesto que me dejó tarea para meditar. Un ex compañero de la facultad donde estudié sociología (hace más de dos décadas) se volvió a comunicar conmigo y me dijo que tenía algo pendiente conmigo que quería saldar. Que se sentía mal si no lo hacía. Desde siempre he tenido un buen recuerdo y cariño por él, así que lo tomé con sorpresa. ¿Qué me podría deber? Me recordó que él había repetido la clase de “sociología de la religión” y que le había pasado mis ensayos y todas las referencias que tenía para ayudarle en su cursada. En ese entonces, todo el material eran fotocopias y si acaso un par de libros. Mi compañero lo llegó a tener tan presente, que no escatimó en escanear cada hoja, cada libro y me lo envío en formato digital. Fue un gesto que aprecié mucho. Por encima de la buena adición a la biblioteca digital, su actitud ejemplar de revisión, reflexión y de actuar en consecuencia, me cimbró.
En ese contexto de muchas formas de revisarnos como deudores, les invito a dejarnos interpelar con lo que dice el apóstol Pablo cuando exhorta (en Romanos 13:8-10): “No tengan deudas pendientes con nadie, a no ser la de amarse unos a otros”.
Las deudas pueden ser de muchos tipos y también se pueden saldar de muchas maneras. Desde el ámbito de lo material podemos regresar aquel libro olvidado tanto por el dueño como por nosotros. ¿Alguna ofensa involuntaria? ¿Algo que aclarar? No me refiero a que tomemos la postura de estar persiguiéndonos culposamente cada detalle. Pero sí, abrir la posibilidad de revisarnos constantemente en amor. Y si hay alguna carga mutua que podamos sacarnos de encima, ya sea a través de un abrazo, palabras tibias o miradas encontradas, hagámoslo en cuanto antes. Hace mucho bien. A veces más que pedir explícitamente perdón, ayuda dedicar gestos y palabras que puedan traer un bálsamo mutuo para restaurar lo herido, perdido. Son esos pasos que Dios honra porque le honramos al permitir que siga trabajando en nuestras historias de vida. No tiene efectos que pasen desapercibidos.
Ahora bien, pongamos atención a la invitación de Pablo a mirar el amor como una deuda. Una que aceptemos tomar como única y permanente. ¿El amor como una deuda? Para con Dios, es una obviedad. Somos deudores a Dios por el amor recibido. Pero ¿asumirnos deudores hacia la/os demás? ¿Esto qué implica? La derrama amorosa del Padre a través de Jesucristo, que nos sienta a la mesa, que nos reconoce y dignifica, llega a tal grado que nos impulsa a amar a la/os demás. Y ya sentados en esa mesa, miramos cómo Dios mismo ama y dignifica al prójimo. Mis hermanos, mis hermanas son amados, amadas por Dios. En ese reconocimiento, unidos por el compartir del Señor para cada uno/a y en comunidad, nos hacemos deudores de amor unos/as con otro/as.
Miro en esta exhortación dos tareas: la de mantener una reflexión y un ejercicio constante sobre las deudas que hay que saldar con el prójimo. Y la de exploración y búsqueda de conocimiento sobre las múltiples formas con las que esa deuda constante única, la del amor, puede ser puesta en manifiesto. ¿No es en la mirada amorosa hacia el otro (mi prójimo, los demás) también la búsqueda misma de la faz de Dios? Si es así, no habrá entonces otra deuda que nos enriquezca y construya tanto.